Escrito Por: Anlly Mateo-Listin Diario
Peligro, hambre, miedo y burlas no fueron obstáculos para que Mildred Mordán se convirtiera en una profesional.
Le costó un largo tiempo lograrlo, pero venció toda barrera, y hoy vive de su carrera.
Diez años dando viaje de un lado a otro es el precio que pagó para convertirse en una licenciada en Biología y Química.
El casarse a temprana edad, tener bajo su responsabilidad una familia y escuchar de manera constante mensajes negativos no fueron excusas para que ella, a sus 26 años, decidiera volver a estudiar.
Con tres niños bajo su cuidado y un esposo que en principio estaba en desacuerdo, Mordán retomó la escuela en el octavo grado a pesar de escuchar frases como: “ya estás vieja para eso”, “no vas a llegar a ningún lado”, “déjale eso a tus hijos”.
“Como vivo en la comunidad Parra, de la provincia de San José de Ocoa, al haber menos peligro, podía salir todos los sábados a tempranas horas de la mañana para ir al Programa de Educación para Jóvenes y Adultos (Prepara), donde cursé todo el bachillerato”, cuenta.
Narra que para asistir a sus clases dejaba solos a sus tres niños en la casa, con edades entre 7 y 10 años, con la supervisión parcial de los vecinos y algunos familiares. Esto se convirtió para ella en apenas el principio de toda una historia cargada de aprendizaje, emociones y sobre todo, sacrificio.
Mildred junto a su esposo y sus hijos, que han sido su soporte.
“Quise ser una motivación y un ejemplo a seguir para mis hijos”, con esta frase Mordán describe la causa que la mantuvo de pie en los peores momentos.
La situación económica que vivía su familia en ese instante era difícil porque el único proveedor era su esposo y lo que ganaba no alcanzaba para mucho, apenas cubrían las necesidades básicas. Esto junto a las emociones a flor de piel por experimentar algo nuevo, fueron luchas internas que tuvo que librar esta mujer hasta lograr lo que un día solo fue una meta.
Su arriesgada experiencia universitaria
Luego de durar cinco años haciendo un curso del primario y el nivel secundario, optó por la licenciatura en Biología y Química en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en la extensión de Baní (provincia Peravia), al ser esta la más cercana a San José de Ocoa, provincia en la que ha vivido toda la vida.
Al no poder costear los pasajes, pedía “bolas” (un aventón de Baní a Ocoa y viceversa) para poder regresar a su casa o llegar con un poco de suerte antes de que iniciara la clase.
El reloj marcaba entre las 7:00 y 8:00 de la noche y Mildred se encontraba al frente de La Sirena, en Baní, pidiendo “bola”. Los vehículos que se detenían a llevarla no siempre eran cerrados. La mayoría era camiones cargados de productos agrícolas, pero lo que quería era llegar a su destino.
En muchos de los casos, su hora de llegada al centro de Ocoa era a las 10:00 de la noche para luego caminar seis kilómetros de carretera hasta su casa, no sin antes atravesar dos ríos que se caracterizan por ser solitarios, oscuros y peligrosos.
Sólo viajando, Mildred se tomaba entre seis y siete horas.
Los viajes aumentaron hasta cuatro días a la semana, extendiéndose a la sede central de la UASD, situada en Santo Domingo, ya que la mayoría de las asignaturas eran sólo impartidas allí.
Sólo viajando duraba entre seis y siete horas. Este tiempo, más las responsabilidades del hogar, le impedían seleccionar cierta cantidad de materias que le permitiera avanzar y culminar rápido.
Después de trascurrir 10 años en la universidad alcanzó graduarse, pero había otra meta por lograr: entrar al mundo laboral. Contra todo pronóstico, pasó el concurso que imparte el Ministerio de Educación a todos los docentes para poder ser nombrados.
Todavía no se ha estabilizado, pero hay buenos samaritanos que están aportando. Los guagüeros le acomodan los pasajes y le agradece. A pesar de que este ha sido un final victorioso, continúa luchando por ser cada día una mejor persona y, sobre todo, una excelente profesional.
Luchas libradas
Con los ojos llorosos inclinados hacia el techo de su casa recordaba, mientras se le hacía la entrevista, esa etapa vivida, la que en su momento estuvo embargada de desesperación, frustración y arduos esfuerzos.
Sabía que para darle un buen futuro a su familia debía prepararse de alguna manera.
“El hecho de yo estudiar era una razón para que ellos siguieran adelante, así podían ver el esfuerzo que yo estaba haciendo para lograr lo que me había propuesto. Si yo no les daba ese ejemplo, no podía exigirles que lo hicieran”, narra Mildred.