José Manuel Arias M.
A propósito de que nos encontramos en el epílogo del año que discurre y consiguientemente en el umbral del año que vendrá, propicia es la ocasión para que pensemos en la sociedad que queremos, tomando en cuenta que esa sociedad a la que aspiremos se construye en el hogar; esto así porque con familias disfuncionales no podemos pretender que tendremos una sociedad cohesionada, pues como es sabido, la familia es el principal núcleo de la sociedad.
Pero resulta que esa expresión de que la familia es el principal núcleo de la sociedad no puede ser vista como un simple enunciado que memorizamos y repetimos, sino que se requiere que sea interiorizado, de tal manera que estemos conscientes de que el presente y el futuro de la sociedad descansa en la familia; sí, en ese pequeño círculo en el que se forjan los valores de los ciudadanos con los que habrá de contar la sociedad.
Sin familias bien formadas es imposible contar con sociedades bien dirigidas, habida cuenta de que es precisamente del seno de la familia de donde saldrán los ciudadanos que mañana ocuparán diversas funciones, tanto en la esfera pública como privada, y si en éstos no están bien definidos los valores en los que se sustenta la sociedad, lejos de constituir una garantía para su fortalecimiento, representan en cambio un potencial para su degradación.
Así las cosas, no se trata sólo de teorizar sobre la familia, sino que de lo que se trata es de reflexionar sobre nuestro rol, tratar de cuestionarnos permanentemente para ver en qué medida hemos venido cumpliendo con nuestras responsabilidades, ver en qué medida podemos mejorar, de tal manera que le entreguemos a esa confederación de familias que es la sociedad un buen producto que se erija a su vez en la garantía de su subsistencia.
Ese grupo de personas unidas por el parentesco, que es la familia, es en esencia la organización social llamada a forjar a los ciudadanos con los que necesariamente tendrá que contar la sociedad, puesto que esos que hoy son niños, indefectiblemente mañana serán los que ocuparán las diferentes posiciones y desde esas se espera pongan en evidencia la formación recibida.
Dicho lo anterior, hemos de concluir en que es una total irresponsabilidad y una colosal incoherencia exigir sociedades correctas cuando no se tratan de hacer los aportes necesarios para que así ocurra y no hay mejor manera de aportar a la sociedad que contribuir a la formación de los miembros de sus respectivas familias desde la cavidad del hogar. En esas atenciones, en tanto tengamos familias correctas, iremos creando las bases para tener sociedades correctas.
Si desde el tronco familiar propiciamos el irrespeto, la arrogancia, premiamos las acciones incorrectas, no orientamos correctamente y dejamos sin sanción los comportamientos indebidos, no podemos pensar que mañana ese ciudadano salido de un hogar de esas condiciones será diferente cuando esté en la sociedad y mucho menos que será diferente cuando esté al frente de determinada institución, pues lo más probable es que desde estas dará riendas sueltas a lo que ha sido su formación.
De tal manera que como se ha indicado, es propicia la ocasión para reflexionar sobre la familia y sobre el papel que estamos llamados a jugar, de manera tal que seamos garantía de la sociedad en la que aspiramos a vivir. Así las cosas, viendo los derroteros por los que nos encaminamos, es momento de reasumir nuestro compromiso, haciendo nuestros mejores aportes, luchar por familias cada vez más unidas como única forma de contar con sociedades verdaderamente cohesionadas.
El autor es juez titular de la Segunda Sala del Tribunal de Ejecución de la Pena del Departamento Judicial de San Cristóbal, con sede en el Distrito Judicial de Peravia.