
Por: Asdrovel Tejeda
– Nada es posible; todo es posible, por más que tratemos, todos han de vivir su propia vida cargando el resultado de sus sumas.
Su madre, orgullosa, lo llevó nueve meses en su vientre. ¡Fue un gran festejo su nacimiento!
Globos azules en el marco y las ventanas de la casa anunciando con orgullo… ¡Nació Varón!
Su abuela, vana, con sonrisa de felicidad dibujando su rostro, enseñaba la foto a sus amigas con desdén soterrado. En los ojos, una raya luminosa de esperanza.
Su abuelo, agarrando su manita decía: será como yo. Lo veré triunfante subiendo las escaleras del éxito. ¡Es mi estirpe, la continuación del apellido!
Su niñez, fue un paseó por el cariño, por la entrega envuelta en ternura, por las complicidades de su mamá que lo veía crecer, mientras aventurero, descorría cortinas, abriendo puertas, descubriendo fórmulas de domar la vida en el trote cotidiano de los días.
Su papá, con largas horas dedicado a su trabajo, pensando en los abonos del futuro, casi no tenía tiempo para ir haciendo los viejos cuentos, que aprendidos, enseñan cuestas, cavidades, subidas y abismos muchas veces, con la entonación espantada de: “ eso es cosa de hombres”.
Así fue creciendo en el amparo del círculo familiar que fue clavando los travesaños de la escalera que va guiando de alguna manera a los pastos de la tierra prometida.
… Entonces, después de cruzar los puentes de la adolescencia y su temprana llegada a la madurez, algo cambió en el imán de la brújula que le llevaba al norte…