El 26 de enero recién pasado, Día de Duarte, igual como hice el año anterior,me fui temprano a mi pueblo natal, San José de Ocoa, quería llegar antes de las diez, hora a la que tenia un encuentro, para tener tiempo de ir donde mis familiares a comer pan con café de las lomas de Rancho Arriba. Si los dioses del Olimpo tenían un manjar para desayunar, seguro que era ese, el mismo que muchos ocoeños disfrutan en las primeras horas del día.
Y a las diez de la mañana entre a la escuela pública Luisa Ozema Pellerano. Cuando yo tomaba clases allí ese escuela llevaba el nombre de Julia Molina, madre del tirano Rafael L. .Trjillo. Había que llegar antes de las ocho de la mañana y hacer fila para enhestar la bandera mientras cantábamos el himno nacional y si era Día de Duarte el himno al patricio.
Al momento de mi llegada al plantel ya desde afuera se escuchaba el bullicio de los ex alumnos de esa escuela, de distintas generaciones, que viniendo de diferentes lugares tanto del país como del extranjero (algunos vinieron de Estados Unidos, España y Canadá) nos encontraríamos allí convidados a celebrar la fiesta de la amistad en el marco de los recuerdos vividos en esas mismas aulas que nos alojaron muchos años atrás en nuestro proceso de aprendizaje.
En esta ocasión, la tercera reunión ( he asistido a dos) rompió todos los cálculos que se habían hecho en relación con el numero de asistentes. El salón d actos de la escuela resulto pequeño no solo para alojar físicamente a todos los presentes sino también para contener las emociones desbordadas de estos ciento y tanto seres humanos deseosos de encontrarse, hambrientos de recibir un abrazo de amigos a quienes no veían desde hacia muchos años.
Hubo risas. Llanto. Alegría. Abrazos. Besos. Lagrimas. Sorpresas y las mas diversas expresiones de afecto y cariño expresadas en todos los tonos del pentagrama de la amistad.
En verdad lo que ocurría en aquel salón era un espectáculo casi increíble en los tiempos que vivimos. Eran adultos mayores de ambos sexos compartiendo historias y nostalgias con gente de menos edad que estuvieron en la escuela cuando muchos de nosotros ya habíamos salido de ella. Allí estábamos saltando y gritando como adolescentes en tiempo de pascua.
Lo mas impresionante de la reunión es que todos los asistentes habían decidido juntarse ese día en ese sitio solo por el placer, el gusto de encontrarse como amigos, sin ningún interés particular de ninguna especie. Solo juntarnos a celebrar nuestra amistad. A celebrar el volver a vernos después de tantos años.
Hubo dificultad para conseguir que finalmente nos sentáramos todos para desarrollar un programa que mas breve no podía ser: unos niños de la escuela hicieron una poesía coreada para saludarnos. Una rendición de cuentas de los aportes para apoyar al Hogar de Ancianos de la localidad. Una reflexión acerca de la amistad y una exhortación a mantener y elevar los valores que sustentan nuestra sociedad.
De ahí nos fuimos al parque central del pueblo, uno de los mas arbolados y hermoso de los parques municipales del país. Allí fuimos a recordad los domingos de retreta. Las vueltas al parque las hembras en una dirección y los varones en dirección contraria para encontrarnos, sonreírnos, hacernos un guiño, una mirada que encuentra unos ojos que responden, un roce de manos, sentir el cruce de una cretona, en fin, mil maneras que tenia la juventud para expresarse sin hablar.
Del parque nos fuimos a la Terraza Gloria, una antigua casa donde vivía una conocida familia del pueblo, ahora convertido su patio en espacio de encuentros festivos. Allí siguió el compartir. El conocer donde estabas. Que es de tu vida?. Cuantos nietos tienes?. Que haces ahora? Y la salud como va?.
El ambiente en la terraza era festivo. Hubo quienes bailaron. Otros cantaron. Saltaron y comieron pastelitos como niños en cumpleaño.
Y después del almuerzo y un higo de postre, iniciamos el regreso a nuestro batallar por la vida con la esperanza de que el año que viene los mismos y otros mas estemos juntos nueva vez.