Por Nóbel Mejía
La debutante patología COVID-19 ha puesto en evidencia la capacidad «inventiva» del ser humano, enseñando lo peor y mejor de nosotros. Eso se ve y respira en las denominadas redes sociales, refugio donde se mezcla público bien intencionado y los corazones mas perversos. Cosas veredes, amigo Sancho.
No solo es el caso de las redes, hay una constelación de espacios que se han dedicado a la tarea de mal informar a la población, poner los nervios de punta y vender ideas extrañas que solo hacen sentido en la mente de gente que tiene desconfianza de su propia sombra. No en vano dice la Palabra de Dios (Biblia) «huye el impío sin que nadie lo persiga» (Proverbios 28:1).
En esta vuelta no hace falta Netflix, Prime Video, Hulu, Blim o cualquier otra plataforma de streaming, se ha visto y escuchado todo tipo de cuentos de camino, historias de viejas y brujas. Cosa común cada vez que se presentan escenarios de catástrofes.
Aparecen aquellos que creen las teorías de conspiración, asuntos de mentes iluminadas y planes macabros de las grandes potencias. De repente una mente retorcida fabricó un coranavirus con una perfección increíble y China ganó la Tercera Guerra Mundial sin disparar un misil. Según clarividentes y profetas, la cosa estaba anunciada y hasta el genial Bill Gates vaticinó el desastre. Individuos que uno entiende tienen la azotea bien amueblada le hacen coro a tales cantinfladas.
Por ahí vemos y escuchamos supuestos médicos y nutricionistas dando recetas mágicas que le dan en la madre al SARS-COV-2. Una cantidad impresionante de científicos debuta en las redes sociales y no falta quien prepara y recomienda sus propias pócimas, aquellas inventadas al vapor o enseñadas por la abuela. No se hace esperar el epidemiólogo empírico, el experto en números, aquel que identifica focos y personas probablemente contagiadas.
Hay verdades ligadas con mentiras y, por ende, puede que algo de eso funcione parcialmente pero no por ello se apega al rigor científico. Desde luego, si no mata y hay poco para entretenerse, bienvenido sea el placebo, el circo de los payasos. Hay gente que piensa, actúa y acepta que el virus se transmite a través de la picada de ojo, por telepatía. Seamos sinceros, nadie lo vio venir y, por ende, nos agarró asando batata y ha quebrado el pulso a varios grandes.
Es posible que por andar en ciertas tonterías se esté descuidando las entradas reales. De nada vale todo el esfuerzo del mundo si no somos capaces de respetar normas tan sencillas como mantener la distancia, quedarse en casa, lavar correctamente las manos con jabón y hacer «invisible» la zona T o mucosa de la cara (ojos, nariz, boca). Cuando refiero invisibilidad no estamos invocando el uso de la mascarilla porque esa es un arma de doble filo, es olvidarse de andar escarbando, tips nerviosos y cosas por el estilo. Lo otro es asegurarse todo el que habita la casa mantenga las reglas de lugar.
Se impone el sentido común, respetar las normativas gubernamentales, verificar las fuentes sanitarias oficiales y escuchar lo que dice la gente autorizada o que realmente sabe de estos menesteres. El resto es «cuento e’ bruja», chismes baratos de barrio, al menos hasta que se demuestre lo contrario.